SÍNTESIS

Dios es la verdad absoluta, es personal y único. Es un solo Dios pero formado por tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Coexisten desde la eternidad y aunque son personas diferentes, son uno en propósitos, metas, designios y voluntad. El universo fue creado al resonar de su poderosa voz, sin usar materia preexistente. Por lo tanto, el azar y la evolución quedan descartados como una teoría de orígenes. La creación de la Tierra duro seis días literales, culminando con la institución del séptimo día de la semana como un recordativo de la creación. El sexto día de la semana Dios creó la humanidad, en medio del Jardín del Edén con sus manos formó a Adán. Los seres humanos creados con libre albedrío, fueron engañados por un ángel traidor en quien se había gestado misteriosamente el pecado, y el hombre entró en un proceso degenerativo que culminaría en la muerte, un proceso inverso a la creación. La muerte primera es un estado de inconsciencia, la muerte segunda es la aniquilación de la persona y su separación total del Creador. La humanidad tiene la capacidad de comprender todo esto gracias a la revelación que Dios ha hecho de si mismo y del conflicto a través de la naturaleza y la Santa Palabra. Esta última contiene los mandatos del Señor y una eterna historia de amor que tiene su clímax en la cruz del Calvario, donde el Hijo dio su vida como garante de la raza caída. En este momento Jesús, resucitado y triunfante sobre la muerte se encuentra en el cielo intercediendo por los suyos que trabajan por cumplir la misión encomendada, esperando la gloriosa mañana cuando él venga a poner fin a la historia de la raza caída, del pecado, y continuar con la eterna felicidad perdida en el Edén.

COSMOVISIÓN

Existe una verdad absoluta, esa verdad se llama Dios. Él es personal e infinito, todopoderoso (Sal. 146:5; Rom. 15:19; Mat. 28:18), está presente en todas partes (Amós 9:2,3; Sal. 139:7-11), lo conoce todo (Sal. 147:5; Jn. 21:17), es superior a todo. Escapa completamente a la comprensión humana (Jn. 1:18). Es ante él que se debe doblar toda rodilla (Isa. 45:23), porque él es digno de toda alabanza y servicio por parte de toda la creación (Sal. 145:3). La existencia de Dios es eterna (Gén. 21:33), él es el Alfa y el Omega, el primero y el último, el que era, el que es y el que ha de venir (Apoc. 1:8). Él es una unidad de tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mat. 28:19, 1 Ped. 1:2, Gén. 1:26), coexisten eternamente y cada uno de ellos, aunque diferente uno de otro como persona, tienen los mismos propósitos, deseos y metas.

Dios el Padre es el Creador (Gén. 1:1) y sustentador de este mundo (Job 12:10), es el rey soberano de todo lo creado (Sal. 47:7), es Santo (1 Sam. 2:2), lleno de misericordia (Exo. 34:6,7), justo (Sal. 145:17) y abundante en amor (1 Jn. 4:8). Todas sus cualidades han sido reveladas a través del Hijo y del Espíritu Santo.

Dios el Hijo, es Creador junto con el Padre, por él fueron creadas todas las cosas (Jn. 1:3). Estuvo presente en el Edén y cuando el hombre pecó se ofreció voluntariamente para tomar su lugar y pagar la deuda por toda la humanidad (Gén. 3:15). Para cumplir este propósito, el eterno Hijo se encarnó a semejanza de hombre (Jn. 1:14), tomó forma de siervo y mostró completa obediencia a los mandatos de Dios hasta la vergonzosa muerte de cruz (Fil. 2:7,8). Pero al tercer día resucitó vencedor (Luc. 24:1-36) y hoy se encuentra en el Santuario Celestial (Heb. 9:12) intercediendo por todo aquel que en él crea para que pueda obtener el perdón y la vida eterna. Muy pronto terminará su obra como Sumo Sacerdote y saldrá del Santuario para regresar a la tierra y llevarse junto a él a los que amándole creyeron y aceptaron su sacrificio expiatorio (Apoc. 22:11).

Dios el Espíritu Santo, el consolador (Jn. 14:16), junto con el Padre y El Hijo, es Creador (Gén. 1:2) y Redentor (Tito 3:5), participó activamente en la encarnación del Hijo (Mat. 1:18-20). Estuvo presente en el bautismo de Jesús y lo suplió de poder para que pudiese resistir la tentación en el desierto y cumplir con su obra de salvación (Luc. 3:21,22; 4:1). Cuando el hijo ascendió al cielo, el Espíritu Santo se quedó en la tierra para ayudar a su iglesia ( Hech. 13:52) a cumplir con la misión que Cristo le había encomendando: La predicación de las buenas nuevas de salvación a todo el mundo (Mateo 28:18-20). El guía al ser humano a toda verdad y lo convence de pecado, justicia y de juicio (Jn. 16:8; 15:2-6). Capacita a cada uno de los creyentes con el mismo poder con el que capacitó a Jesús para que pueda vencer la tentación y cumplir la misión a la cuál Dios le ha llamado (Ef. 3:16-19).

Este mundo no existe por el azar, porque nada existe y subsiste en el universo si no es por la infinita y absoluta voluntad de Dios, por lo tanto, este mundo existe porque Dios lo creó (Gén 1:1; Neh. 9:6). Todo fue creado por Dios, desde el pequeño átomo, pasando por las moléculas, las células, los sistemas, los seres, los mundos, las galaxias y el vasto universo. Dios creó el universo sin usar materia preexistente, ante la poderosa orden de la voz de Dios lo que no existía, existió; lo que no era, fue; y existe, y es (Sal. 33:9) hasta este momento porque él lo sustenta y mantiene en un sin igual equilibrio. La vida fue dada por Dios y depende de él (Sal. 104; Isa. 42:5; Hech. 14:15-17).

La tierra fue planeada como una preciosa joya de la creación del Eterno, todo lo existente en ella fue creado en seis días literales (Exo. 20:11; Gén 1:5, 8, 13, 19, 23, 31). Plantas, peces, mamíferos, insectos, seres unicelulares y pluricelulares, todos ellos aparecieron ante la voz del Creador, porque él dijo y fue hecho, habló y trajo a la existencia. Dios completó la creación de la Tierra el séptimo día, descansando y reposando en él, finalizando así la primer semana (Gén 2:1, 2), ciclo de tiempo existente y usado hasta nuestros días, dando testimonio de que él mundo no existe por el azar y teniendo como monumento recordativo el sábado (Gén. 2:3).

Una vez que la Tierra fue creada y poblada con vida vegetal y animal, Dios creó un lugar especial en ella: El Jardín del Edén y fue allí donde Dios puso la corona de su creación en este mundo: El hombre (Gén. 2:8). El fue puesto en este mundo como administrador, como mayordomo y se le dio dominio y responsabilidad sobre todo lo que sus ojos pudieran mirar. Una vez creados, Adán y Eva fueron coronados príncipes de este mundo. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, varón y hembra los creó (Gén 1:27). No existe ningún misterio en esto. En el sencillo relato de Génesis se encuentra el fundamento de la existencia de este mundo y todo lo existente en él, dejando sin fundamente el razonamiento de la existencia de la vida a través de un proceso evolutivo, que rebaja la obra del Todopoderoso al nivel del razonamiento ingenuo de la raza humana (Hech. 14:25; Hech. 17:24; Rom. 1:21).

Adán, el primer hombre, era mucho más alto que los hombres modernos y junto con su esposa, Eva, sus cuerpos eran proporcionados, de porte noble, hermosos y de simetría perfecta (Sal. 8:5). No usaban ropas artificiales, estaban rodeados de una luz y gloria semejante a la de seres celestiales (Gén 2:25; 3: 7, 10, 11).

Que el hombre fuese creado a imagen de Dios, significa que fue hecho a semejanza de él tanto en el exterior como en carácter. Vino a ser un ser viviente dotado de libre albedrío (Deum. 30:15, 19), con personalidad propia, participante de la vida y la naturaleza de su Creador. Al ser semejante a Dios, el hombre es un ser personal (Gén. 2:18; Rom. 14:7).

Dios creo al hombre como una unidad indivisible del cuerpo, mente y alma (Gén. 2:7). Al hombre le fue conferida una eternidad condicional como a todos los demás seres que Dios ha creado (Gén. 2:17). A diferencia del resto de la creación, Dios no uso su voz para traer a la existencia al hombre, el descendió de su estrado a la Tierra recién creada, con sus propias manos formó una figura de barro, más perfecta que el David de Miguel Ángel, pero sin vida. Luego Dios sopló en la nariz de la estatua aliento de vida, y lo que antes estaba inerte cobró vida, el hombre fue un ser viviente (Isa. 64:8).

Cuando el hombre pecó, éste perdió su eternidad condicional e inmediatamente entro en un proceso degenerativo que terminó en la muerte, como Dios lo había advertido (Rom. 6:23; Gén. 3:19). La muerte sigue el curso inverso de la creación (Job 34:15) y se da en dos fases. La primera es un estado de inconciencia (Job 7:21; Mat. 9:24) y la segunda la aniquilación del ser y su separación total de su Creador (Apoc. 20:6; 2 Tes. 1:9; Apoc. 21:8). Pero existe esperanza para escapar de la segunda muerte, en ocasión de la segunda venida de Cristo, los muertos en Cristo resucitarán primero para recibir junto con los justos vivos la vida eterna por parte de su Salvador (1 Tes. 4:16,17).

El ser humano es capaz de conocer el mundo que le rodea y al mismo Dios porque fue hecho a imagen de Dios, y como Dios es capaz de aprender y crear conocimiento. La primera fuente de revelación del carácter de Dios es la naturaleza, a través del estudio de ella el hombre puede comprender los insondables e infinitos designios de Dios que tiene para este mundo (Sal. 19:1, 2). Pero esta revelación no es completa, porque ella no muestra el eterno plan de redención. Las Santas Escrituras constituyen la biografía de amor del Señor (Jn. 5:39), fue dada a santos hombres a través de la revelación del Espíritu Santo (2 Ped. 1:21). En ella esta el conocimiento necesario para la salvación (2 Tim. 3:16, 17).

Es a través de la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que el hombre llega al conocimiento y la diferenciación correcta de lo bueno y lo malo. El Espíritu Santo dirige a la verdad y la Biblia revela esa verdad (Jn. 17:17).

Las Santas Escrituras nos muestran la historia de la gran controversia entre el bien y el mal. Controversia que comenzó con la traición de la tercera parte de los ángeles del cielo encabezada por Luzbel el arcángel en quién misteriosamente tuvo lugar el nacimiento del pecado (Ezeq 28:15-17; Isa. 14:13, 14; Apoc. 12:4,7). Esta controversia paso a la Tierra, cuando Satanás engañó a la raza humana (Gén. 3:1-6). Es en ese momento en donde Cristo se ofrece para pagar la falta de la raza caída y ofrecer redención a los que le aceptaran voluntariamente como su Salvador personal (Gén. 3:15). Toda la historia de la raza humana ha servido de telón para el gran conflicto entre el bien y el mal teniendo su momento cumbre con el primer advenimiento de Jesús, su nacimiento, vida, ministerio, muerte en la cruz del Calvario y su poderosa resurrección. Ahora ésta intercediendo por sus hijos ante el Padre y muy pronto vendrá de forma gloriosa para poner fin a la historia de la caída de la raza humana y continuar con la eterna felicidad que el hombre perdió en el Edén (Tito 2:13; 2 Ped. 3:1, 2).

Todas las citas bíblicas usadas en este documento están basadas en la versión Reina-Valera 1960.